El arroz crece en abundancia en el suelo seco de un campo en Ñiquén, un municipio de la región de Ñuble a 400 kilómetros (249 millas) de Santiago, Chile. El método de cultivo completamente atípico ha comenzado a atraer a los agricultores a este campo del sector de Las Rosas para comprobar que es posible producir uno de los alimentos más consumidos en el mundo sin un alto uso de agua.
Guillermo Muñoz, de 66 años, que comenzó a cultivar el campo cuando era niño, nunca había visto algo así. “Si no lo ves, no lo crees”, dice. Este arroz, el más austral del mundo, no es un milagro de la naturaleza, sino de un grupo de investigadores del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) y del Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (INIA) de Chile que están llevando a cabo modificaciones genéticas para hacer Oryza sativa planta, la planta asiática del arroz, más resistente al cambio climático y menos contaminante.
Lo que han conseguido es producir con la mitad de los recursos hídricos que se utilizan normalmente. Es decir, han disminuido el uso de agua de 23.000 a 12.000 metros cúbicos por hectárea, en promedio, por temporada. Pero también buscan lograr una reducción de las emisiones de metano a la atmósfera, un gas de efecto invernadero más potente que el dióxido de carbono y del que los arrozales son responsables del 10% de las emisiones globales, según datos del Banco Mundial.
Esto se estudia en una estación experimental del INIA Quilamapu, en el municipio de San Carlos de Ñuble, donde senderos pantanosos conducen a plantaciones, que se distinguen por sus distintos tonos de verde. Fernando Barrera, especialista en extensión rural del IICA, explica que aquí se miden las emisiones del sistema agrícola tradicional en comparación con otros sistemas de producción sin inundaciones, y así se puede determinar cuánto de esos gases se pueden reducir. Estos esfuerzos para medir y adaptar sistemas de producción bajos en emisiones también se han aplicado en Brasil, Ecuador, Uruguay, Panamá y Argentina.

El desafío: más arroz, menos contaminación
Mientras quita algunas malas hierbas de un arrozal en suelo seco, Guillermo Muñoz dice que las plantaciones de arroz han ido disminuyendo en Chile debido al desplazamiento por plantaciones más rentables económicamente, como las de árboles frutales, e incluso por la falta de mano de obra en el país.
Barrera confirma una disminución de la producción en los últimos años en Chile. El país sudamericano no es un gran productor de arroz, con sólo unas 20 hectáreas concentradas entre las regiones de Maule y Ñuble, e importa principalmente este cultivo de Uruguay, Argentina y Paraguay, para abastecer casi la mitad de la demanda nacional, que es entre 150.000 y 200.000 toneladas anuales.
Los cultivos chilenos están dominados por una línea genética llamada rosal japonésque se suele utilizar para preparar sushi o papillas y sólo se produce en el 10% o 15% del mundo. No es la variedad más consumida a nivel global sino una de tantas, pero para los investigadores es importante escalar su producción y hacerlo sin que las condiciones climáticas extremas sean una condición.
Resistente a todo tipo de clima
Un arroz más resiliente es una idea que se viene gestando desde hace décadas en el país. Pero fue la megasequía que vivió Chile durante los últimos 15 años la que impulsó a desarrollar soluciones para la producción de arroz a partir de 2017. Los investigadores no solo buscaron hacerlo resistente a las condiciones climáticas secas, sino también al frío. “Con el cambio climático existe la posibilidad de no tener agua o de tener demasiada”, dice la ingeniera agrónoma Karla Cordero, quien lidera el programa de mejoramiento genético de arroz del INIA desde 2006.

En casi todo el mundo existe una variedad llamada arroz seco o de secano, que se alimenta únicamente de la lluvia y es resistente a la sequía. Según Cordero, este tipo de arroz tiene un bajo rendimiento, especialmente en Asia, ya que produce menos de tres toneladas. “Se necesita más que eso para alimentar al mundo sin seguir dañando el medio ambiente”, afirma la agrónoma, conocida en Chile como la “reina del arroz” por sus múltiples investigaciones y desarrollos en el sector durante los últimos 20 años. Cordero cree que el continente asiático, donde se produce la mayor cantidad de este cultivo, debe salir de su “zona de confort” y probar otras fórmulas de diversificación: “Sabemos que el monocultivo es el camino al fracaso y a la pérdida”.
Históricamente, se ha desarrollado arroz que es tolerante a la sequía. “Es extremo, porque la planta casi no tiene agua, y eso es cosa del pasado porque no necesitamos sequía, sino agua, transformación y capacidad de producir”, afirma. Para obtener un cultivo versátil, adaptaron el Sistema de Intensificación del Arroz (SRI) -utilizado principalmente en Asia y otros lugares bajo trasplante con poca tecnología- a las condiciones de suelo y clima de Chile. De casi 300 genotipos de diferentes variedades evaluados durante casi una década, se han seleccionado cuatro por su capacidad de adaptarse tanto a sequías como a inundaciones. “Esto es revolucionario, ya que en muchos países todavía no se está pensando en sembrar variedades de este tipo”, afirma Cordero.
La intención es que esta fórmula chilena de adaptación del SRI sea utilizada a gran escala en el futuro.

El resultado es arroz aeróbico; es decir, arroz cultivado en suelos que no están ni inundados ni saturados y con buen drenaje. Para los investigadores, esta es una alternativa de mitigación y están trabajando para generar más evidencia científica de ello, con la intención de convertirlo en una propuesta de adaptación al cambio climático para otros países.
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